Cuando estoy en la estación de tren de Alcalá esperando al
mío y pasa uno de esos trenes comerciales a toda leche haciendo todo ese ruido,
siento como si la vida se me escapara en ese momento. Como si toda la mierda
que llevo dentro saliese despavorida en todas direcciones pero sin manchar a
nadie. Y después paz. La tranquilidad vuelve a inundarme y todo se puto acaba.
Me levanto y cojo mi tren. Voy hasta Guadalajara, después hasta Horche. Y otro día más en la triste vida de Tania se acaba. Sin reflexiones (miento). Sin esfuerzos en la vida (miento). Sin nada interesante (miento). Siendo una más (por desgracia, no miento).
Miro por la ventana de la biblioteca, CRAI lo llaman, y veo un día gris y oscuro, húmedo. Pero no esa humedad que puede llegar a ser agradable, no. Esa humedad que te cala hasta los huesos y hace que una vez más te sientas un poquito más insignificante. Y desde la ventana de mi cuarto veo a mi conejo, durmiendo en soledad sobre la silla del patio, esperando alguien con quien acurrucarse. O quizás disfrutando de la tranquilidad que tiene sin que esté nadie tocándole las narices.
Puede que yo también quiera eso. No alguien a quien acurrucarme, o bueno, si se presenta la oportunidad puede que sí. Me refiero a la tranquilidad.