9 de diciembre de 2012

Se dispone para el coma pero se olvida de algo.

He hablado pocas veces, o puede que ni si quieras haya hablado de ella en mi blog. Pero se llama Emma y la quiero un montón.
Cuando me hice el esguince en verano, creo que puedo echarle la culpa de lo que pasó.
Fue nuestra noche de los veinte. Nuestra y de nadie más. Puede que de Thor y de Meléndez también, pero nosotras nos la comimos. Nos comimos esa noche, el verano, el comienzo del curso y los peores momentos que podíamos esperarnos en esos días.
Nos comimos los monólogos, a Carlos Baute y mis alitas fritas. Y nos bebimos todo el vino para que no se hiciese bola y pudiésemos tragarnoslo mejor.
La quiero y la aprecio mucho, más de lo que ella o cualquiera pueda imaginar, porque es de verdad y porque es mi persona. Porque nos lo perdonamos todo y porque hagas lo que hagas está prohibido de que la otra te juzgue.
Eso es lo que pasa cuando alguien es tu jodida persona. Si alguien hace algo mal se le pone a parir hasta decir basta, pero si habéis sido una de las dos, no pasa nada.
Eso pasa teniendo a tu persona y siendo un outsider. Y nosotras lo somos. Somos las más outsiders.

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