Hay días con niebla en los que me siento en mi escritorio frente a la ventana y veo cómo el viento se la lleva, queriendo fundirme entre el vapor de agua y que me lleve con ella. Otros días, cuando subo al coche con el marido de mi madre y vamos a cien en una recta, siento la necesidad de torcer el volante y enfrentarme al coche que viene, para fusionarnos en ninguno y averiguar qué pasará, si será el fin o un simple y doloroso susto.
No estoy loca, es simple curiosidad.
Sara me ha llevado a un bar genial, súper nosotras, que tiene el paso de las personas marcado en las paredes, y el nuestro no podía faltar:
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