14 de agosto de 2014

Está siendo un buen verano. La verdad es que no estoy haciendo gran cosa, pero estoy bien.
Lo empecé yendo al concierto de Extremoduro con Sara, estuvimos haciendo cola a pleno solitrón desde las dos de la tarde y acabamos reventadas. Estuvo bien, pero tenía unas expectativas algo más altas.
Después me dejaron sola en casa durante una semana cuidando del conejo, jugando al GTA y bebiendo calimocho todos los días. Esos días supe mi nota de selectividad, en la que me llevé un gran chasco porque estudié mucho y no obtuve los resultados esperados; pero aún así he podido escoger la carrera que llevaba queriendo estudiar desde el año pasado. Económicas.
Y fuimos al Orgullo Gay de Madrid, locurote.
Pero lo que vino después fue el mejor fin de semana de mi vida. Tres días de camping con las chochos esquizofrénicos. Alcohol, secretos, liadas, putorras y las mayores carcajadas de la historia. No se las puede sacar de casa.
Ahora he vuelto de pasar un fin de semana en Pamplona, y la verdad es que me he enamorado del Norte. Los chicos son guapos y las chicas parecen lesbianas, así que triunfas más. Todo es precioso, verde. Y ponen unos pinchos que te cagas, le dan cuatrocientas mil vueltas a los de la escapada.
Y bien, por Horche no hacemos gran cosa, pero lo pasamos bien, no sé. Vamos a algún pueblo de fiesta, bebemos..
Ya estoy en paz conmigo misma. Por fin.

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